viernes, 7 de septiembre de 2012

Diagnosis y metamorfosis


“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. (Kafka, la metamorfosis).
Una noche ingresé con visión doble, después de varios días con una potente alteración del gusto que me hacía percibir hasta el mordisco de un limón como algo graso o muy salado. Tras las distintas pruebas, pude ir a dormir en los brazos del diazepam. Al despertar al día siguiente noté que me había convertido en algo distinto. Todavía no sabía qué era. Necesitaba una etiqueta. Pasaría una semana en el hospital esperándola. Entre otras pruebas, faltaba una resonancia magnética y en función de lo que allí se observara, o así lo entendí yo, una punción. Conforme recuperaba la visión normal, como efecto beneficioso de la cortisona (¿he dicho alguna vez que me gusta el ciclismo?), sólo había algo que seguía viendo borroso: la dichosa etiqueta, escrita con letras difusas, hablaba de una enfermedad desmielinizante. Sin una etiqueta clara Harry se veía desenfocado en el espejo (Deconstructing Harry, de W. Allen). Semanas después llegó el informe del laboratorio. La letra todavía no estaba clara, pero sonaba una música casi imperceptible, de la que poco a poco, en las siguientes pruebas diagnósticas, en la consulta, en las conversaciones, iba a poder escuchar el estribillo: “esclerosis múltiple”. Y no,  uno no espera despertar, ni siquiera después de un sueño largo e intranquilo, convertido en un enfermo neurológico, degenerativo y crónico.